Pigmalión es un personaje de la mitología griega, que, tras fracasar en la búsqueda de la mujer perfecta, con la que casarse, decidió esculpirla. Su obra, a la que llamó Galatea, era tan bella, que se enamoró profundamente de ella. Tal era su amor por Galatea, que una noche llegó a soñar que cobraba vida. Al despertarse, Afrodita, conmovida por el deseo de Pigmalión, la convirtió en humana.
En 1968, el profesor de Harvard, Robert Rosenthal, en colaboración con la directora de escuela, Leonore Jacobson, realizaron un experimento para estudiar cómo las expectativas de los profesores podían influir en el rendimiento de sus alumnos. Para ello, al comenzar el curso escolar, administraron a todos los alumnos del colegio donde trabajaba Leonore Jacobson, un test de inteligencia, informando a los profesores de que esta prueba predecía su capacidad intelectual. Tras su recogida, los investigadores seleccionaron al azar una muestra de 65 alumnos, de los que redactaron unos informes falsos, que entregaron a sus profesores, en los que decía que estos alumnos habían obtenido unos resultados extraordinarios, muy por encima de la media. Al finalizar el curso repitieron la prueba y observaron que el grupo que habían etiquetado de “más inteligente” había mejorado sus puntuaciones en el test, con respecto al resto de alumnos.
Se conoce con el nombre de efecto Pigmalión o profecía autocumplida, a la influencia que ejercen las creencias de unas personas sobre el comportamiento de otras. Estas expectativas, proyectadas sobre alguien, pueden influir de manera positiva o negativa, en su rendimiento.
“Trata a una persona tal y como es y seguirá siendo lo que es, trátala como puede y debe ser y se convertirá en lo que puede y debe ser”
¿Cómo podemos hacer que el efecto Pigmalión ejerza una influencia positiva en los niños? Estas son algunas de las claves:
- Mostrarnos claros sobre lo que esperamos de ellos (“Guarda los juguetes que están en el suelo, dentro de la caja”), evitando ambigüedades o generalizaciones con expresiones como “siempre” o “nunca” (“Tu habitación está siempre hecha un desastre”).
- Mantener unas expectativas realistas. Es necesario que conozcamos sus limitaciones, de manera que no les pidamos más de lo que pueden dar.
- Describir la conducta que queremos que cambie (“No me gusta que me hayas mentido en esto”) sin evaluar (“Eres un mentiroso”)
- Conseguir el cambio a través del juego (“Vamos a ver quién acaba antes de vestirse”)
- Mostrarles nuestro apoyo (“Sé que puedes hacerlo. Pero si te surge alguna duda, yo estoy aquí para ayudarte”)
- Involucrarlos en el establecimiento de las normas. De esta manera, al participar en su creación, será más probable que las cumpla. (“¿Qué te parece si jugamos media hora con tu juego nuevo después de hacer los deberes?”)
- Favorecer la iniciativa y estimular la exploración (“¿Cómo te imaginas que es el personaje del cuento, podrías dibujarlo?”)
- Reconocer su esfuerzo, aunque no haya logrado alcanzar los objetivos esperados. Evitando centrarse únicamente en el resultado (“Muy bien. Sé que te has esforzado por permanecer atento a tu tarea y has completado los 2 primeros ejercicios”)
- Expresar los mensajes en positivo (“Pórtate bien”), nunca en negativo (“No te portes mal”)
Espero que esta publicación te haya servido de ayuda.
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Hasta la semana que viene, ¡Feliz fin de semana!
Patricia Pereles Montes